Fuente: El Mercurio.

Columna de opinión, por Michael Leatherbee, académico del Departamento de Ingeniería Industrial y de Sistemas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

¿Qué importa que en Arizona exista «Waymo», un vehículo autónomo que no tiene conductor, mientras que en Chile sigamos destinando nuestro tiempo para conducir los vehículos? En dicho estado, las personas dejan de hacer el trabajo de administrar un volante y gestionar el tráfico y, en vez, quedan liberadas para hacer algo distinto, como desarrollar una nueva solución a problemas existentes.

Pensemos en los supermercados. ¿Qué importa que en Seattle o Chicago existan tiendas «Amazon Go», que no tienen cajas registradoras, lo cual evita que los clientes pierdan tiempo en las filas para pagar y facilita que las personas que normalmente administran la caja registradora, puedan destinar su tiempo a otras funciones más productivas?

Miremos a las organizaciones. ¿Qué importa que en países más desarrollados sea común el uso de tecnologías como las «rutinas organizacionales», que permiten que el aprendizaje generado persista en la organización (en vez de perderse cuando una persona se retira de ella), tal que la organización no tenga que perder tiempo volviendo a aprender cómo ser eficiente? Mientras tanto, en Chile, organizaciones que no tienen memoria obligan a las personas a perder el tiempo «reinventando la rueda».

Estos tres ejemplos muestran cómo la tecnología permite (a quienes la saben usar) ser más eficientes en el logro de sus objetivos. En otras palabras, las sociedades más capaces en «asimilar» (o aprender a usar) conocimiento tecnológico terminan siendo más eficientes. Es decir, pueden conseguir más de lo que quieren, con menos recursos o esfuerzo.

¿Qué importa que algunos países tengan más tecnología que otros? Importa mucho. Si una sociedad puede conseguir más de lo que quiere con cada vez menos recursos, implica que va a generar un superávit de recursos para conseguir incluso, más de otras cosas que quiere. En otras palabras, las sociedades tecnológicas se van tornando cada vez más poderosas.

¿Qué importa que algunos países tengan la capacidad de aprender más rápidamente cómo aplicar nuevas tecnologías? Importa muchísimo, porque mientras mayor el conocimiento tecnológico del país, más fácil será para dicho país asimilar nueva tecnología. Esto implica que se va agrandando aceleradamente la brecha tecnológica entre países más y menos avanzados. Es decir, al pasar los años, va aumentando la brecha de riqueza entre las sociedades que saben usar tecnología y las que no. Esta es una de las razones por la cual Chile continúa en la lista de «países en vías de desarrollo», a pesar del tremendo progreso que ha tenido en las últimas décadas. La meta se va alejando mientras se corre la carrera.

¿Cómo acortamos la brecha de la desigualdad tecnológica? Primero, llegando a un consenso acerca de cuál es el problema por resolver, tal como lo hicimos para enfrentar la pandemia. En este caso, debemos aumentar nuestra capacidad de asimilar tecnologías.

Segundo, debemos intervenir quirúrgicamente los distintos estamentos de nuestra sociedad. Por ejemplo, tenemos mucho que hacer en educación, con tal de fortalecer nuestra capacidad de aprender. Tecnología es conocimiento acerca de cómo hacer las cosas más eficientemente. Mientras más aprendamos, mayor será nuestra capacidad de asimilar nuevos conocimientos y, por ende, nuestra capacidad tecnológica. Cada año en Chile nacen 200.000 personitas que tienen el mismo potencial que cualquiera de aquellas que nacen en países desarrollados. Es imperativo hacer lo posible para que todas esas personitas alcancen su máximo potencial.