EDITORIAL
Claudia Halabí, Directora de Educación Profesional de Ingeniería UC.
Ph.D. en Economía, U. de Georgia.

Estudiar es un proyecto importante en la vida de cualquier persona, ya que la expectativa es que transforme vidas, al menos en algún grado.

Es evidente que eso le ocurre a un niño mediante el proceso formativo en el colegio. Cuando un adulto estudia, a diferencia de un menor, existe en él fuerte consciencia del importante costo en recursos monetarios y de tiempo. La persona invierte en sí misma, sacrificando hoy, por un mejor mañana. Pospone consumo y actividades de ocio, con la esperanza de mejores oportunidades laborales, del logro de una mayor autoconfianza, de la comprensión de las cosas con otra perspectiva y de nuevas redes de contacto que impacten, por mencionar algunos de los muchos beneficios que se esperan de educarnos.

Esto es válido incluso cuando se aventuran en un curso o programa de diplomado, que están diseñados para el logro de objetivos de aprendizaje focalizados y específicos. Aun cuando el estudiante busque incrementar su dominio y pericia solo en un área específica, o en alguna práctica de la profesión en particular, el impacto en otros ámbitos de la vida es formidable.

Ante esto, las instituciones de educación superior tenemos la responsabilidad de ponernos en los zapatos de los estudiantes, empatizar con ellos y desvelarnos por entregarles una experiencia única, que los empodere y empuje a crecer con fuerza. Debemos valorar la iniciativa que han tenido de invertir en ellos mismos a través del estudio y la motivación que los conduce a este sacrificio en recursos. En síntesis, enfrentamos la enorme responsabilidad de superar nuestra obligación de formación y aprendizaje.

Como Universidad creemos saber lo que debiera buscar el alumno, o lo que él desea perseguir. Sin embargo, podemos equivocarnos y esta demanda no tiene necesariamente que coincidir con nuestra oferta académica. Muchas veces, ni el mismo estudiante sabe con certeza qué es lo que exactamente quiere o necesita.

Para mitigar este desajuste, entregamos información muy detallada del programa de estudio y su metodología, así como también de los servicios anexos. Al estar matriculado, se procede a aplicar una encuesta de expectativas, donde los participantes responden qué esperan lograr al finalizar el programa, como por ejemplo:

  • Potenciar y desarrollar nuevas habilidades profesionales
  • Adquirir y actualizar conocimientos
  • Mejorar las condiciones laborales actuales
  • Fomentar las redes de contactos
  • Acceder a nuevas oportunidades

 

También les preguntamos cuánto ya saben de los objetivos específicos de aprendizaje que el programa logrará. De esa forma se ajusta la impartición a los estudiantes para lograr un aprendizaje real, donde el saber verdadero conecte los nuevos conocimientos con los previos, lo que según el famoso psicólogo David Ausubel, es la base de un aprendizaje significativo. De esa forma, logrará poner en práctica las nuevas herramientas y habilidades adquiridas.

En ese sentido, entregamos a cada alumno, de forma personalizada, la oportunidad y espacio para la discusión y reflexión, poniéndonos en sus zapatos. Con ello la probabilidad de lograr los objetivos propuestos, se incrementa.

En Educación Profesional nos sentimos responsables de propiciar aprendizajes relevantes, que permanezcan en el largo plazo y que trasciendan hacia la vida diaria, agregando valor al estudiante y a la organización donde colabore.