EDITORIAL
Claudia Halabí, Directora de Educación Profesional de Ingeniería UC.
Ph.D. en Economía, U. de Georgia. Ingeniero Comercial y Economista, U. de Chile.
Al igual que a muchos, a los 15 años me obligaron a leer la melancólica obra de teatro “La Vida es Sueño”, de Calderón de la Barca, quien la escribió en 1635, al inicio del Período Barroco. Es un drama admirable, que ha sido por años analizado en profundidad por filósofos y expertos en literatura. Refleja la decadencia del siglo XVII, colmado de destrucción, problemas, carencias económicas, decepciones y desesperanzas. Como varios sabrán, plantea el polémico tema del “libre albedrío”, donde predominaría la conciencia de las personas, que son dueñas de su destino y la libertad personal. El libro también nos hace reflexionar acerca del deseo de lo material, versus las conductas relativas al bien y al mal, y de la transitoriedad, versus el valor de lo terrenal. Desde que lo leí por primera vez, no dejo de recordar algún fragmento cada vez que observo alguna situación compleja o difícil.
Para quienes no lo recuerdan bien, o no tuvieron la suerte de leerlo, la historia tiene como protagonista al joven Segismundo, hijo del Rey (ficticio) de Polonia (Basilio), que en la primera escena se encuentra encadenado y prisionero en una torre. Basilio había visto en el horóscopo de las estrellas que el reinado de Segismundo, sucesor a su trono, sería tirano y cruel. Para evitar que ello ocurra, lo apresa desde su nacimiento. Durante el transcurso del cuento, Segismundo entra y sale del calabozo estando dormido (pues lo drogan). Al dormirse, en una ocasión aparece como un príncipe y, en otra, aparece nuevamente en la torre, privado de su libertad. Su realidad entonces transita entre la verdad (o lo que ocurre) y su sueño. Al final de la historia, Segismundo es liberado tras una exitosa revuelta, cuando el pueblo se entera de que el heredero al trono se encuentra cautivo. Sin embargo, en vez de ejercer venganza, Segismundo se pone humildemente frente los pies de su padre, quien decide permitir que herede el trono.
Dentro de todo lo que se podría mostrar en este fascinante trabajo literario, se encuentra el conocido soliloquio de la decimonovena escena, al término de la segunda jornada, que ocurre en el salón del Palacio Real, previo a su segundo encierro en la torre. Muestro aquí parte del texto:
“Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe; y en cenizas le convierte la muerte (¡desdicha fuerte!): ¿Qué hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte?”
Estas líneas hacen referencia a que, incluso un Rey con poder divino, tiene el mismo destino que cualquiera: todos terminamos en cenizas. Es decir, todo humano posee una vida finita, que termina en la muerte, independiente de su origen, o de sus accionar. De este segmento se puede inferir algo más: que cada uno vive la realidad que nos hemos construido a nosotros mismos.
“Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.”
Es decir, todos soñamos, pero sin comprenderlo: ricos, pobres, emprendedores, trabajadores, agresores, etc. Probablemente, en un determinado momento del tiempo no alcanzamos a percibir la realidad tal cual es, ya que lo que se vive es efímero y se está siempre transformando. Entonces, como afirmara el filósofo danés Soren Kierkergaard, “uno entiende la vida mirando hacia atrás”, después de que todos los “sueños” terminan, y podemos decantar y reflexionar lo que realmente aconteció.
Este soliloquio termina con este maravilloso texto:
“Yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”.
Se deduce de la obra que el mayor bien para Segismundo es ser libre. Las personas, de algún modo u otro, sentimos esta falta de libertad, y nos movemos bidireccionalmente de momentos abrumadores y difíciles, a otros donde creemos ser más felices, o donde nos sentimos más esperanzados.
Hoy, por ejemplo, vivimos esta crisis sanitaria, que es incierta, dolorosa, y estremecedora. En estas condiciones ¿quién puede afirmar el lugar exacto donde se encuentra “su realidad”? Claramente nos sentimos privados de libertad, no sólo por el encierro físico, producto de cuarentenas, cordones sanitarios, toques de queda, etc., sino que, además, porque nadie se atreve a planificar el mañana con libertad. “La Vida es Sueño” enseña que, sin la libertad, nos podemos convertir en monstruos o bestias, como ocurre a Segismundo. De hecho, recuperar la libertad hace que Segismundo se convierta en un hombre bueno al final del cuento.
Ante las inciertas circunstancias que vivimos (económicas, propagación de nuevas cepas del virus, tiempo transcurrido antes de que nos toque la vacuna, etc.) hemos estado impedidos de realizar nuestros planes o de llevar la vida que deseamos. ¿Significa eso que nos convertiremos en malas personas? ¿Tenemos libre albedrío o estamos sujetos al destino en estos difíciles momentos?
Cada uno de nosotros debe trabajar en cómo suplir interiormente esa carencia de libertad. Y esto se relaciona con la otra enseñanza de la obra: existe un libre albedrío para manejar las circunstancias que nos tocan vivir, y no someternos al “destino”. Segismundo muestra en la segunda mitad del libro que puede contener su irritación para actuar de forma prudente. Y la enseñanza de lo anterior es simple: las personas, en su libre albedrío, pueden decidir cómo actuar, más allá de las circunstancias. O, como aportó el filósofo Immanuel Kant, la voluntad de los seres humanos es su capacidad para elegir la dirección de sus acciones. Basta con tener ciertos principios objetivos e independientes de las circunstancias que se viven (o tener una «Estrategia Dominante», como se conoce en economía) para lograr nuestra propia voluntad. Nosotros somos los que creamos la realidad y la falta de libertad puede también ser manipulada por nosotros mismos.
Han pasado casi 400 años (386 para ser exactos) desde que esta maravillosa obra teatral de Calderón de la Barca marcara un hito en la historia de la literatura. Estamos comenzando un nuevo año, con muchas esperanzas. Es la ocasión perfecta para reflexionar acerca del Segismundo que llevamos dentro. Y debemos trabajar para que nuestras mentes no sientan que carecen del libre albedrío para planificar lo que queremos ser, lo que queremos hacer, cómo queremos actuar y contribuir, más allá de si podemos o no salir de nuestras casas.