EDITORIAL
Claudia Halabí, Directora de Educación Profesional de Ingeniería UC.
Ph.D. en Economía, U. de Georgia. Ingeniero Comercial y Economista, U. de Chile.

No hay nada más extraordinario en la vida que aprender. Ojalá el tiempo y los recursos económicos para hacerlo fueran ilimitados, pues el estudio enriquece al ser humano, colmándolo en forma acumulativa de cualidades, habilidades y atributos que, de alguna forma, impactan positivamente su entorno personal, familiar, laboral, y social.

Los beneficios de educarse y aprender son numerosos. Diversas investigaciones han demostrado que, en promedio, más años de estudio se correlacionan con mayores salarios y accesos superiores a los mercados laborales, mejor salud, mejor calidad de vida y realización personal, por mencionar algunos.

Recientemente, los trabajos académicos respecto a las implicancias de la formación, particularmente en adultos, han indagado más a fondo y nos pareció interesante dedicar la editorial de noviembre a comentar tres de ellos.

Mayor educación, menor variabilidad de los ingresos.
El primero plantea que las personas con más años de estudio enfrentan menor variabilidad en los flujos de ingresos a lo largo de sus vidas.

En efecto, existe una amplia literatura que correlaciona positivamente los retornos a la educación con mayores beneficios pecuniarios. Además de lo anterior, de acuerdo a una investigación publicada en 2019, en Journal of Labor Economics¹, Judith Delaney y Paul Devereaux demuestran que invertir en educación, también conduce a una menor volatilidad en los ingresos a edades más tempranas del ciclo de vida, y protege a los empleados de los efectos negativos de las recesiones. Si bien los trabajos han sido realizados principalmente sobre la educación escolar y, en menor término, sobre la universitaria de pregrado, sería muy interesante comprobar si esta hipótesis es extensible a la educación posterior al pregrado.

La participación de adultos en una educación formal, aumenta su satisfacción en la vida.
Un artículo de Michael Coelli y Domenico Tabasso publicado en 2019 en Empirical Economics², destaca las distintas motivaciones de las personas que deciden realizar estudios formales entre los 24 y 54 años: mayor capacidad de consumo, desarrollo de carrera, satisfacción laboral y más oportunidades en los mercados del trabajo. La investigación también busca responder al valor social de los motivos mencionados, justificando los subsidios gubernamentales al perfeccionamiento en adultos.

Respecto a esto último, los autores encuentran que los efectos sociales producto de la capacitación en adultos serían inferiores a los efectos personales. En consecuencia, subsidiar directamente el estudio en la empresa u otorgarle rebajas tributarias al capacitar a los colaboradores, serían más difíciles de justificar. Aún así, Coelli y Tabasso afirman que puede haber casos específicos donde la educación a edades más maduras genere externalidades positivas en la sociedad, además de las personas, particularmente, en respuesta a las pérdidas de trabajo de las industrias en obsolescencia. Sin el reentrenamiento, esos individuos deteriorarían su situación laboral y afectarán de forma global a la situación social de esa comunidad o país. Finalmente, el trabajo de estos autores evidencia que, cuando un adulto decide estudiar, lo hace para aumentar su satisfacción laboral, lo que ocurre a través de cambiar su empleador. Esta consecuencia de la educación en edad adulta sería más potente que el efecto observado en las remuneraciones o en los retornos económicos producto de ese estudio.

Adicionalmente, la educación posterior al pregrado, ya sea de postgrado (magíster o doctorado) o de educación continua (diplomados y cursos), puede conducir a otros beneficios, más allá de los mercados laborales, que tienen que ver con las ventajas que adquiere la persona y que se traducen en mayor satisfacción en la vida, mayor salud y bienestar, reducción del crimen y mayor participación cívica, entre otros.

Las habilidades engendran habilidades.
La hipótesis de que las habilidades engendran habilidades, argumenta que los retornos a la inversión en educación podrían ser mayores a medida que el nivel previo de preparación formal en los individuos es más alto.

Un artículo académico de Anica Kramer y Marcus Tamm, publicado en Economics of Education Review³ el 2018, estudia la hipótesis de que el aprendizaje gatille un mayor aprendizaje a través de la etapa adulta. Utilizando un largo panel de datos en Alemania, los autores concluyen que los individuos con más años de educación, generalmente, adquieren mayores estudios durante la vida.

Una posible explicación para esta relación, es que las habilidades adquiridas o aprendidas en los primeros años incrementan el retorno a la inversión en educación en años posteriores. Por lo tanto, la inversión en educación en un momento de la vida, influencia la decisión de invertir en más educación posteriormente en la carrera profesional. Otra explicación, según Kramer y Tamm, es que las inversiones iniciales podrían requerir inversiones de seguimiento para una mayor efectividad. Esto conduciría a complementariedades en inversiones educacionales: el aprendizaje gatilla el aprendizaje. Los resultados de la investigación documentan que estas complementariedades persisten a través de la vida adulta de la persona.

En síntesis, las tres investigaciones, más allá de la correlación positiva y más obvia de que a mayor educación, mayor es nuestro ingreso; nos hacen reflexionar sobre la idea de que el aprendizaje formal podría efectivamente disminuir la fluctuación de los ingresos, podría protegernos ante una adversidad, incrementar nuestro bienestar total e introducirnos en un círculo virtuoso, donde más educación es mejor, mientras más siga educándome.

Para terminar esta reflexión, es elemental agregar la importancia que tiene la calidad de la educación. Las técnicas pedagógicas, las tecnologías aplicadas, el diseño instruccional, la actualización con respecto a los últimos avances en las distintas materias, la entrega de conocimientos de la mano de profesionales y docentes vinculados con la disciplina tanto desde un punto de vista de investigación, como desde un plano aplicado a la industria; son fundamentales a la hora de cumplir estas promesas que nos hace la educación formal en adultos (y en general).

¹ Journal of Labor Economics (Vol 37 (1) pp (101-137), Judith Delaney (Economic and Social Research Institute (ESRI) y Paul Devereaux (University College Dublin)

² Michael Coelli (The University of Melbourne) y Domenico Tabasso (The World Bank) publicado en 2019 en Empirical Economics (Vol 57 (1) pp 205-237)

³ Anica Kramer (University of Bamberg and the Institute for Employment Research (IAB)) y Marcus Tamm (University of Applied Labour Studies (HdBA) in Mannheim), publicado en Economics of Education Review, 2018, Vol 62, pp 82-90